martes, 15 de junio de 2010

Giorgio Agamben (Italia, 1942)

En su obra confluyen estudios literarios, lingüísticos, estéticos y políticos: Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Marx, Kafka, cabalistas, trovadores, padres de la Iglesia Católica Romana y poetas medievales, el jurista Carl Schmitt, Martin Heidegger, Walter Benjamin, Aby Warburg.
Se propone investigar la presente situación metafísica en occidente y su posible salida en las circunstancias actuales de la historia y la cultura mundiales. Las preguntas que plantea a la tradición occidental podrían simplificarse así: ¿cómo hemos llegado al punto en que nos encontramos?
Si la tradición metafísica insiste en la fundación, en el origen, la tradición mesiánica (también occidental en la medida en que en nuestra historia Atenas es inseparable de Jerusalén) reivindica el cumplimiento. Ahora bien, para que éste se produzca el origen debe ser revocado. La revocación del origen y por tanto la anulación o transformación de sus consecuencias sería una constante en la obra de G. Agamben. Se trata de desvelar la lógica interna de un proceso cuya ignorancia u olvido comporta su repetición fatal. Esta lógica no puede ser formalizada de acuerdo con los recursos que el pensamiento vigente ha establecido; por tanto éstos deben ser cuestionados y desmontados, deconstruidos, en tanto cómplices del orden de cosas que no saben explicar.
La civilización mundial se encuentra en la época de la biopolítica (Michel Foucault). La biopolítica es la gestión política de la vida, la intervención del poder en la vida humana. El camino teológico, filosófico, político, es decir, metafísico del pensamiento sobre la vida es aquel sobre el que transitan todos los logros de la cultura occidental en relación con la preservación de la vida, los derechos individuales, la salud generalizada, el progreso social. Este camino también está jalonado de errores y horrores, lo que lleva a preguntar si éstos son accidentales o inherentes a ese proceso. Agamben muestra que el tratamiento metafísico de lo vital y su deriva política son inseparables de tales acontecimientos. Su concepto clave en relación con esto es el de Nuda Vida.
Agamben intenta demostrar que toda la historia jurídica de occidente, desde el arcaico derecho romano hasta la moderna Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus derivaciones, constituye un intento de gestionar la vida humana reduciendo a ésta a nuda vida. La cuestión estriba en que cualquier estrategia humanista para revertir este hecho se encuentra inhabilitada desde su inicio, el Humanismo es tanto un rodeo como un medio de ocultamiento o de retraso del advenimiento de la gestión planetaria de la vida como vida desnuda. La consecuencia de considerar al hombre como mera vida es que ésta puede ser sacada de todo contexto social, político, cultural, y tratada como proyecto, como plan, como tarea histórica, como mero residuo, como objeto de experimentación; puede ser aniquilada sin que esto entre en la esfera de lo punible. El momento privilegiado de la extensión de la biopolítica al ámbito planetario, es el campo de concentración. La vida es tratada como materia sin forma humana.
Agamben no teme comparar el Campo de Concentración y la ideología nazi que lo ha hecho posible, con la situación filosófica actual, como si ambas prácticas en las que las divisiones metafísicas son anuladas, por dispares e incompatibles que puedan resultar, representasen lo más extremo en cuanto a posibilidades del mundo contemporáneo. La vida como asunto sin límites de la filosofía, y la vida como materia sin forma del trabajo criminal del Campo. De esta manera intenta mostrar que los remedios humanistas son impotentes ante el extremo gesto de la biopolítica, y que sólo encarando ésta como realidad mundial, como cumplimiento paradójico de la promesa del desarrollo social y político de occidente, puede plantearse la resistencia.
La posibilidad de un mundo más allá del concepto de Soberanía, es decir del tenebroso abandono de la nuda vida, se encuentra tanto en el concepto de potencia diseñado por Aristóteles y perdido después en una larga tradición de interpretaciones, que abre a los hombres un margen de realización ajeno al poder sobre otros (la potencia como "potencia de no") como en las parábolas kafkianas que, hacia su final, invierten una conclusión desesperada y absurda, mostrando una salida para el ingenio humano. También en el pensamiento del Ereignis heideggeriano que sitúa el ser más allá de la metafísica, o en la escritura de Robert Walser ajena al pathos ontoteológico, cuyos personajes habitan una melancólica transparencia, una inocente jovialidad más allá de la salvación o la caída.

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